¿Por qué la izquierda rota sus diputados cada dos años?

tupacbruch
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Cada dos años, en el Congreso argentino, se repite una escena ya conocida: los diputados del Frente de Izquierda y de los Trabajadores renuncian a sus bancas para ceder el lugar a otro compañero o compañera. Lo presentan como una muestra de coherencia política, fiel a su consigna de que “las bancas son del partido, no de los diputados”.

La práctica tiene raíces en la tradición trotskista y en el rechazo a los liderazgos personalistas. Según explican los propios referentes, el objetivo es democratizar la representación, evitar la burocratización y dar lugar a distintos sectores del frente —que reúne al Partido Obrero, el PTS, Izquierda Socialista y el MST, entre otros—.

Así, nombres como Myriam Bregman, Nicolás del Caño, Romina Del Plá, Alejandro Vilca o Christian Castillo suelen turnarse en las listas y en las bancas, tanto en el Congreso Nacional como en legislaturas provinciales. Cada ciclo legislativo implica una nueva rotación: quien asumió en 2021, por ejemplo, debe ceder su lugar en 2023 a un dirigente de otra organización del frente.

Pero en paralelo al argumento ético, surge un costado menos idealista que despierta debate incluso dentro de la propia militancia. Cada mandato completado equivale a dos años de aportes, indemnizaciones y beneficios que el sistema legislativo contempla para quienes ocuparon una banca. Entonces, sin merecerlo alcanzan una “pensión de privilegio” automática, por eso se reciclan cada dos años. Porque esos dos años cuentan como ejercicio de cargo público y se traducen en ventajas previsionales o económicas a largo plazo.

En otras palabras, la rotación —que en el discurso se plantea como un acto de renuncia al poder— también implica en realidad que más dirigentes accedan a las condiciones laborales y jubilatorias propias de un legislador nacional, algo que en otros ámbitos del trabajo requeriría mucho más tiempo de servicio.

Por supuesto, los propios partidos de izquierda niegan que ese sea el motivo. Bregman, Del Caño y otros referentes sostienen que la práctica refleja una ética militante, no un cálculo financiero. Aun así, la coincidencia temporal —rotar justo al cumplir los dos años de mandato— alimenta las suspicacias de críticos y analistas políticos, que ven en la maniobra una mezcla de idealismo y pragmatismo económico.

En definitiva, la rotación de bancas sigue siendo uno de los sellos distintivos de la izquierda argentina. Para algunos, representa un ejemplo de coherencia y colectivismo político; para otros, una estrategia que, aunque revestida de principios, no logra escapar del incentivo económico que ofrece el sistema parlamentario.

Y quizá allí radique la paradoja: un mecanismo pensado para desafiar los privilegios de la política termina, de una forma u otra, participando de sus beneficios.

En definitiva, la Izquierda en argentina no está por vocación, está por la plata.

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